Hoy a las seis de la mañana regrese a casa de un pequeño viaje que realice -y que sin planear verdaderamente deseaba, por el simple hecho de implicar un posible encuentro-. Siempre me ha gustado viajar, incluso pienso que disfruto mucho más el hecho de transportarme de un lugar a otro que la misma visita de un lugar en sí. Pero esta ida y vuelta fue muy dolorosa.
Pasamos una estación antes de llegar al rumbo final, por así decirlo. Eran como las 02:00 de la madrugada y cuando el conductor menciono que teniamos 15 minutos, no vacile: me dispuse a estirar las piernas, ya que tenía poco más de tres horas sentada. No quería pensar en lo que había dejado, en lo que había descubierto de mi. En lo que sentía, ¿qué se hace con tanto amor???, ¿Por qué tengo que dejar de ser yo para no lastimar?
Hacía mucho frío y al bajar de autobus pude distinguir andenes y un buen de miradas meláncolicas, así también pude observar más de dos almas abrazándose y diciendo adiós. Yo traía una tristeza inmensa, el pecho me salto al recordar las despedidas que he tenido que realizar, como justo la de ayer.
Duele decir adiós, innegablemente, pero duele más tener que partir sin poder decir te quiero (aún no entiendo porque me quede callada). El autobus arrancaba y por andar clavada en mis pensamientos por poco y me deja. No pude impiarme el orgullo y realizar una llamada, una simple llamada para decirlo. Sin embargo, me limpie las lágrimas y decidí olvidar este pasaje, así guardándolo en el cajón para después, como si después de un adiós hubiera algo más.
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